La respiración diafragmática pausada es quizá la técnica más efectiva para reducir la tensión física y mental.
Los ejercicios respiratorios tienen todos ellos unas indicaciones comunes que hemos ido desgranando en este capítulo. A modo de resumen podemos decir que:
- Mejoran el aporte de oxígeno a los órganos vitales, especialmente al cerebro
- Nos «presentan» a nuestro cuerpo.
- Nos concentran en él.
- Nos enseñan a no juzgar.
- Si disminuimos voluntariamente la frecuencia de sus ci- clos, nos aportan, debido a la activación parasimpática, una agradable sensación de bienestar.
- Fortalecen nuestra atención y concentración.
- Son una referncia que pone en evidenia la presencia de pensamientos automáticos no queridos («ruido interior»).
- Nos apartan de ese «ruido interior».
- Nos dan, siempre, la oportunidad de volver a empezar.
Lo primero que vamos a aprender es el verdadero establecimiento de una respiración diafragmática: la respiración «normal» se convierte en «abdominal o diafragmática» solo con dilatar las paredes del abdomen al inspirar (al introducir el aire en nuestros pulmones). Nosotros lo decimos de una manera particular: «cada vez que inspiramos (que introducimos el aire en los pulmones) las paredes de nuestro abdomen se dilatan como un globo que se hincha». Después dejamos que los músculos que forman estas paredes, de forma pasiva y lenta, vuelvan a su posición inicial. Esto es respiración diafragmática.
El siguiente paso será pausar la respiración. Antes apuntábamos la posibilidad de enlentecer su frecuencia con algún pequeño truco. Esto se puede conseguir de manera sencilla colocando una breve pausa después de cada espiración (expulsión del aire de nuestros pulmones). Entre dos ciclos respiratorios —inspiración-espiración—, después de la espiración, que es pasiva y más larga que la inspiración —que es activaAñadir un texto de descripción emergente—, podemos contar lentamente hasta dos sin respirar y acto seguido iniciar un nuevo ciclo con otra inspiración. ¿Qué logramos con esto? Pausar la respiración. En cada pausa en la que contamos hasta dos «robamos» algunos segundos a nuestra función respiratoria y conseguimos disminuir su frecuencia.
Ya sabemos que esta disminución de la frecuencia respiratoria —voluntaria y consciente— provoca que nuestro cerebro dé órdenes de bienestar a todo el cuerpo.
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